El problema está infravalorado incluso en Europa. Se necesitan inversiones consistentes en tecnologías y equipos así como en obras de saneamiento reforestación y desalinización.
La carencia de agua a escala mundial se está agravando año tras año, entre sequía del terreno y zonas marcadas por una desertificación progresiva. Se calcula que, cada día, en todo el mundo mueren de sed un millar de niños y que la falta de servicios higiénicos y sanitarios provoca 8 millones de víctimas al año. Y, a pesar de este trágico balance, se sigue infravalorando completamente el fenómeno; sobre todo en Europa, donde se sigue usando (y malgastando) el agua como si fuese un recurso ilimitado. Pero para incrementar la disponibilidad de agua y utilizar mejor aquella existente, se necesitan inversiones en tecnologías y equipos, así como en obras de saneamiento, reforestación y desalinización.
Según las previsiones de la ONU, en los próximos diez años el agua podría convertirse en un recurso escasísimo, de manera que para el año 2030 podría quedarse «a secas» incluso la mitad del planeta. Basta con pensar que, para cultivar un kilo de trigo, se necesitan entre 800 y 4.000 litros de agua; y entre 2.000 y 16.000 litros para obtener 1 kilo de carne de vacuno. Tanto es así que en algunas zonas existe el riesgo de que la obtención y la defensa de las fuentes de agua se convierta en objeto de disputas capaces de generar conflictos armados.
Sin embargo, en las últimas ediciones del Foro Mundial del Agua aún no se ha llegado ni a establecer una normativa común, gestionada por una autoridad internacional específica, que garantice a más de 750 millones de personas un acceso directo a fuentes de agua limpias, ni a dirimir los conflictos y fricciones relativos a la soberanía sobre cuencas hidrográficas y cursos de agua. ¿Qué podemos hacer? Se necesitan inversiones consistentes para mejorar la gestión de lo que ya podemos considerar oro azul. No solo hay que adoptar criterios de gestión del patrimonio forestal más eficaces, sino también mejorar los sistemas de riego para limitar el malgasto de agua; asimismo, desarrollar tecnologías de vanguardia para garantizar que se satisfagan las necesidades de agua.
La estimulación artificial de la lluvia mediante la inseminación de las nubes con yoduro de plata, por ejemplo, es un sistema inventado en EE.UU. y usado desde los años cincuenta e perfeccionado por Israel. Pero aún no está muy instaurado. Lo mismo sucede con la desalinización del agua, por la que, sin embargo, algunos países están apostando mucho. Por ejemplo, en Singapur, el segundo país con mayor densidad de población del mundo pero carente de grandes ríos y lagos, no solo se recogen las aguas pluviales y se reciclan las aguas residuales, sino que también se lleva a cabo una gran labor de desalinización. Actualmente, se está construyendo en Singapur otra planta desalinizadora, la Marina East Desalination Plant, que no solo hará potable el agua del mar, sino que constituirá un auténtico parque verde. Se prevé que el agua desalinizada hasta 2060 cubra como mínimo el 30% de la necesidad de agua del país. Un ejemplo a seguir.